lunes, 4 de abril de 2011

maremoto

... y entonces, me besaste. No, en realidad no me besaste. Cualquiera que hubiese visto la situación desde fuera, hubiera podido pensar que me estabas besando, pero no era así. Lo que en realidad me hiciste fue lo que el agua de las olas del mar hace con la arena de la playa.

Me llenaste de ti, me cubriste por completo con tu esencia, me inundaste de emociones, me acariciaste con tu espuma, me hiciste salir de mi estatismo para ponerme a rodar por la irreflexión, me transformaste en algo vivo, me hiciste oír tu canto eterno, me envolviste con tu olor oceánico, me abrigaste con tu humedad natural, me trajiste restos de conchas, me arrastraste haciéndome ver lo conocido desde un nuevo punto de vista, me centrifugaste.

Pero hay algo más que también hacen las olas del mar con la arena de la playa; abandonarla. Volver a arrastrarla hasta su lugar de origen, dejándola revuelta, mareada y sin saber lo que pasó. Volver a convertirla en piedra de una manera todavía peor que en un principio; porque a su ausencia de movimiento se suma la impotencia del recuerdo de la vida. Su sal la deja sedienta de su agua; sedienta incluso de la misma sal que le hace ahogarse lentamente por la necesidad de beberle.

En realidad no me besaste, cualquiera podría pensar que sí, pero yo sé que en aquél preciso momento lo que hiciste fue sumergisme en un mágico, colosal e inesperado maremoto llamado locura de amor.

2 comentarios:

  1. Nunca lo consideraré locura, aunque el amor de cuerdo no tiene nada.
    Sigo teniendo sed, que lo sepas, sólo estoy esperando a que el mar de el impulso necesario para volver a ti.
    Cuídate Guille, :)

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