miércoles, 29 de diciembre de 2010

Abril, Julio y el paso del tiempo

- Va a llover. – Dijo la que fuese la bella Abril, ahora algo envejecida y con aspecto cansado por el paso del tiempo, al ver a dos hormigas con alas en el quicio de la ventana.
- ¿Sabes? – contestó Julio, malhumorado y resentido por el paso de tantos años iguales, sin levantar la mirada del libro que leía. – Estoy tan harto de ti, que me encoleriza escucharte decir cualquier cosa; hasta una nimiedad como esa.
- Ya, a mí me pasa lo mismo contigo. Hubo un tiempo en que para mí fuiste toda mi vida, y de tanto aborrecerte, he terminado por aborrecerlo todo. Todo lo que hay en ella.
- Es curioso. – reflexionó Julio en voz alta; ya mirando a la que fuese la bella Abril. – Hartos uno del otro, pero compartiendo una misma sensación tan intensa.

La que fuese la bella Abril, se dirigió con calma hacia la habitación, siguiendo unos pasos que había representado cientos de veces en sus pensamientos, y, con unos movimientos ya muchas veces estudiados; volvió al comedor llevando su bolso.

- Ven y siéntate. – dijo, mientras ella misma se sentaba a un lado de la mesa.

Cuando estuvieron sentados frente a frente, sacó del bolso un pequeño estuche violeta con un cierre plateado algo envejecido. Lo abrió tranquilamente y fue colocando con pasmosa serenidad, en el espacio de mesa que había entre ambos, una serie de pequeños frasquitos con líquido de diferentes colores. Como quien prepara sus piezas para empezar una partida de ajedrez.

- Son todos veneno. Todos llevan a la muerte, pero por diferentes caminos.
- Es la mejor idea que has tenido nunca. – Tuvo que reconocer Julio. – Un último juego antes de morir.

Los dos eligieron el frasquito que a su modo de ver parecía más doloroso. La que fuese la bella Abril, uno verde intenso, y Julio se decantó por un amenazador azul eléctrico. Abrieron los botes, brindaron, y vertieron en sus bocas el contenido.

- ¿Un beso? – Dijo la parte romántica que seguía viva en Julio.
- Claro.

Al besarse compartieron los fluidos venenosos que quedaban en sus bocas; compartiendo así también una forma similar de muerte. Se quedaron sentados, mirándose el uno al otro perecer. Se miraban con delicia. Les estaba encantando tanto la situación de ver morir al otro que llegaron a un acuerdo sin palabras; ponerse a hacer el amor. La intención se quedó en el aire; dando de bruces en el suelo dos cadáveres medio desnudos.

Una de las hormigas de la ventana salió volando en ese preciso instante, y empezó a caer desde el cielo gris una lluvia fina, pero muy intensa. La otra se quedó allí, contemplando todos los detalles para poder contarme esta historia.

sábado, 11 de diciembre de 2010

punto de fusión

Una vez, salí con un esquimal. Era la persona más ardiente que jamás he conocido. No tardé mucho tiempo en marcharme con él al polo Norte e iniciar una extraña relación basada fundamentalmente en el mantenimiento de nuestra temperatura corporal en aquél entorno glacial.

Nos encontrábamos genial dándonos besos con la punta de la nariz, cazando focas enormes para poder comer, haciendo el amor sobre la nieve y esperando con ansia los cumpleaños, navidades, aniversarios o cualquier excusa tonta; como san Valentín; para regalarnos más y más capas de ropa con la que abrigarnos. También aprendí con él doce palabras inuit para identificar distintos matices del color blanco. La verdad es que además de ser ardiente y atractivo, era un esquimal bastante culto.

Una de nuestras frías mañanas polares, atravesábamos un lago helado tratando de encontrar algún alimento diferente a las focas para incluirlo en nuestra dieta, cuando de repente; mi compañero inuit, con su halo de irradiante calor, comenzó a derretir las enormes placas de hielo.

- Corre. - Fue lo único que alcanzó a decir. Lo dijo sin poner ninguna emoción a esa única palabra, mientras se giraba hacia mí mirándome casi con parsimonia; y ahora pienso que fue porque ya sabía todo lo que iba a pasar a continuación; porque lo había visto muchísimas veces en sus peores pesadillas.

Cuando volví al lugar por donde había caído; ni siquiera medio minuto después, ya no pude ni divisarlo desde arriba, había desaparecido. Así que de repente me di cuenta de que siendo poco más que un crío, estaba en uno de los lugares más recónditos del planeta y viudo de mi esquimal. Desde luego, dicho así,... es que me pasa cada cosa, que vamos...

Ahora, unos años después, cuando en algún bar pido alguna copa o un refresco y veo esos enormes cubitos de hielo con los que rellenan más de medio vaso, aunque sé que obviamente no los traen congelados desde el polo Norte, no puedo evitar pensar que en alguno de ellos puede residir parte de le esencia de mi inuit sumergido. A veces, en esos momentos, cierro los ojos, dejo mi mente en un blanco "aput" y sonrío recordando aquellos felices tiempos desde los que ya no he vuelto a probar la foca. Entonces, mi mente se pone de un blanco aún más limpio; un blanco "qanik"; como el de los copos de nieve antes de tocar el suelo, y siento en mis mejillas el increíble calor de su piel. Era la persona más ardiente que jamás he conocido.

martes, 9 de noviembre de 2010

la frutal magia de Macedonio Denevi

Macedonio llevaba varias horas despierto; por la emoción. En el momento en que vio que el sol ya asomaba tímidamente por su ventana y supo que ya era de día, se levantó de un salto de la cama y bajó las escaleras con esos nerviosos pasos mezcla de velocidad y no querer despertar a nadie.

¡Ay! ¡Primero tenía que vestirse! Tenía nervios de niño ante una situación tan especial y dedos torpes para abrocharse los botones de la camisa; una muy mala combinación, si hablamos de vestirse con prisa. Ahora sí, podía bajar. Nunca le había gustado peinarse; pero comprendió que una situación tan especial lo requería necesariamente. Sonrió al darse cuenta, sorprendido, de que se estaba peinando exactamente como le había enseñado su madre.

Media hora después, ya tenía todo preparado. Sólo quedaba esperar que Magdalena se despertase y bajase de la habitación. Hay momentos que parecen eternos; que lo son, más bien. Macedonio estaba muy inquieto, no podía dejar de pasearse por toda la planta baja de la casa. Fue a la cocina y para poder soportar la espera empezó a comerse una manzana. Notó cómo, al contacto de sus dientes con la fruta, comenzaba a tranquilizarse en cierto modo. A Macedonio le encanta la fruta.

Por fin escuchó los ansiados pasos que descendían las escaleras. Fue corriendo al salón y como no sabía qué hacer con las manos, agarró una flor del jarrón. Una enorme margarita amarilla que casi parte debido a la impulsividad de los nervios. El pobre Macedonio, sin darse cuenta, casi la destroza de pura ilusión.

Cuando Magdalena llegó al salón, toda la mesa estaba llena de un espectacular desayuno. Había huevos fritos, bollería de todo tipo, chocolate, frutos secos, zumo, leche y cereales. También algo de fruta, claro.

- Feliz aniversario, mi vida. Gracias por aguantarme durante cincuenta años.

Magdalena tuvo que agarrarse, disimuladamente, con una mano a la espalda, a la estantería del salón. La memoria, con la edad, ya no es lo que era. Faltaban algo más de dos meses para el día de su aniversario; pero como a la margarita amarilla, Macedonio casi la mata con su ilusión. Le costó un momento sobrevivir al impacto de volver a reconocer a su hombre; vestido de traje, de pie en medio del salón y con una flor en la mano; el hombre que llevaba más de cincuenta años haciéndola sonreír. Se había peinado, y todo.

Se dieron un abrazo que duró mucho más tiempo del que Macedonio había estado esperando a que bajara de la habitación; mucho más largo que aquella eternidad. Después empezaron a desayunar juntos.

Dar un mordisco a una manzana y retroceder cincuenta años en el tiempo. Magia. La frutal magia de Macedonio Denevi.

miércoles, 27 de octubre de 2010

redacción para casa: la tortuga.

La tortuga es un animal que tiene cuatro patas, cabeza y una pequeña cola. Todo esto que decimos que tiene puede guardarlo dentro de un duro caparazón hecho de roca volcánica que siempre lleva allí donde va. Es un reptil y su pequeña cola tiene forma de triángulo.

Es un animal tan ancestral y remoto que existe desde antes de que se inventara el propio tiempo. Viaja por todo el mundo con unos pasos que se caracterizan por ser muy, muy cortos y muy, muy lentos. No le preocupa que sus pasos sean así de cortos y lentos; porque tiene todo el tiempo del mundo. De hecho, cuando se acabe el tiempo, seguro que la tortuga seguirá existiendo y viajando en su eterno periplo sin rumbo ni destino.

Para recorrer estas enormes distancias, la tortuga se alimenta del recuerdo de horizontes ya alcanzados, de lechuga, de esperanzas sobre los horizontes que vendrán, de manzana cortada en láminas finas y de autoconfianza y seguridad en sus propias capacidades como caminante. A veces también se emborracha de amor y atraviesa tranquila áridos desiertos, montañas rocosas o regiones cubiertas por el hielo; permitiéndose el lujo de caminar haciendo círculos para ver cómo todo cambia mientras ella permanece inmutable.

Quiero recorrerte a paso de tortuga.

Quiero tener todo el tiempo del mundo para caminar, a pasos de tortuga, por los paisajes de tu mente; deteniéndome a observar cada árbol, cada nube y cada pequeño caracol. Quiero perderme, a pasos de tortuga, por tu cuerpo; aprendiendo dónde hay valles, llanuras, montañas, y un hombro donde poder dormir. Quiero adentrarme, a pasos de tortuga, en lo más profundo de tu corazón; entender el lenguaje de sus latidos y poderle contestar con mis palabras de calor.

Porque antes de que avanzase la primera saeta, antes de que se encarcelara la arena en cristal; antes siquiera de que se clavase un palo en el suelo formando un reloj de sol; tenía claro que quiero recorrerte a pasos de tortuga. Porque el tiempo no me importa. Porque tenemos todo el tiempo del mundo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Eloy (y el pez de plata)

Ocurrió una noche de verano. Una de esas claras noches de verano de la infancia que pasados los años cuesta ubicar entre pastel y pastel de cumpleaños... ¿sería entre el cuarto y el quinto? ¿entre el quinto y el sexto...? Más o menos por ahí, todavía era muy pequeñín.

Eloy había salido a pasear esa noche con su madre, su vecina y su abuela por el campo; por ese camino empedregado que acompaña al río. El río estaba tan negro como el cielo. Tan negro como las hojas en los árboles, las montañas en la lejanía y las hormigas durmiendo en sus agujeros. Todo negro. Esa minúscula parte del mundo se había convertido, sin que nadie se diese cuenta, en un teatro de siluetas; un juego de sombras. La brisa jugaba con las ramas, la oscuridad con los sueños, las piedras irradiaban el calor recogido durante el día y las luciérnagas mantenían con las estrellas un incomprensible diálogo de luz.

Un brillo inesperado, como un silencioso aullido para sus ojos, llamó la atención de Eloy hacia el río. Mientras las mujeres continuaban con su charla, siendo sin saberlo personajes de la obra de sombras; Eloy desvió sus cortos pasos hacia la orilla del río, abrió con sus manos un negro telón de juncos y observó frente a él un maravilloso espectáculo. En el río dormido, un enorme pez de plata se movía de un lado a otro, alimentándose del sueño de los peces incautos que descansaban confiando en que la noche los protegería con su manto de oscuridad. Ingenuos.

Fue corriendo hacia donde estaban su madre, su abuela y su vecina, extasiado por poder compartir con ellas el halazgo, ilusionado por lo contentas que se pondrían al ver algo tan maravilloso, y con una chispa de orgullo porque estaba seguro de que le reconocerían el haber sido el protagonista del descubrimiento. Pero mientras corría, en los escasos segundos que les costó alcanzarlas con sus zancadas de niño impulsado por la emoción, decidió que lo mejor sería no decirles nada. Su madre ya le había advertido algunas veces que no le gustaba que contase delante de los mayores sus historias de árboles que crecían en los tejados, caparazones de tortuga vacíos donde los ratones se reunían para jugar a la baraja o caballitos de mar que vivían en las acequias para regar los cultivos con una mezcla de agua y fantasía. A ella le encantaban, pero le dijo que había personas mayores a las que les resultaban increíbles o molestas. Así que decidió callarse.

Con sus amigos era otra cosa; a ellos sí les podía contar todo. A la tarde siguiente, cuando salieron a jugar juntos, Eloy les habló del pez de plata que había visto. Enseguida decidieron que eso era algo espectacular, que un pez de plata debería costar mucho dinero; y que se harían ricos y famosos si lograban capturarlo. Todos fueron al río e intentaron pescarlo con improvisadas cañas de rama con anzuelos robados a los padres y lombrices buscadas entre el barro; pero no hubo suerte. Probaron clavando con fuerza palos afilados en el agua y creando redes de hebras de hierba torpemente anudadas; pero no, no hubo manera.

- Eloy, eres un idiota. Siempre nos estás diciendo estupideces sobre animales imaginarios que sólo existen en tu cabeza hueca. A mí no me vuelvas a decir nada de esto, porque ya me tienes harto.

Nuestro pequeño amigo se quedó sentado en la orilla del río, desconsolado, viendo cómo el agua se llevaba flotando los inútiles instrumentos de pesca que habían fabricado esa tarde. Estaba muy dolido con los insultos de su amigo, con el respaldo que el resto de amigos le habían dado y, sobre todo, con la indiferencia del pez de plata ante las lombrices que habían ido a buscar expresamente para capturarlo. Además, se había puesto los pantalones llenos de barro, que cuando lo viera su madre, iba a ser la peor parte de la tarde. Tiró una piedra enorme y cargada de rabia al agua y se fue a su casa consternado.

Pero Eloy no se dio por vencido, él era pequeño pero muy valiente; así que esa misma noche, en lugar de salir a jugar a la plaza con unos amigos que no creían en él, volvió al río. Había cogido de su casa unas gambas con las que alimentaba a su pequeña tortuga y un colador de la cocina, dispuesto a pescar con esos utensilios al mágico pez brillante. Aunque como decimos, era muy valiente, la verdad que lo de bajar solo al río entre ese paisaje tan oscuro y silencioso era algo que costaba mucho esfuerzo, pero él lo hizo; cambió en su mente los miedos por los sueños, la intranquilidad por el deseo y la preocupación por la sensación de hacerse mayor. Ahí estaba, ante él, nuevamente, el pez de plata, con sus suntuosos movimientos, su danza acuática y su insaciable hambre de la tranquilidad de los peces dormidos.

Parecía que con el colador no podía llegar hasta donde el pez estaba y ya no le quedaban más gambas que arrojar al agua... ese bello pez; su pez secreto, seguía castigándole con su indiferencia; así que decidió volver a casa; una vez más, acompañado por el disgusto. Formaba parte pues, una noche más, del elenco de participantes en esa obra de sombras; ese mágico teatro negro de hojas, montañas, hormigas y brisa. La inmensa oscuridad alumbrada por un único foco; la luna llena en lo alto del cielo.

Eloy tardó un par de noches más en darse cuenta de que su pez secreto, el devorador de sueños, ese indiferente animal mitológico de brillos plateados no era más que el reflejo de la luna en el agua negra; dos larguísimas noches de tristeza y sentimiento de impotencia; pero que le enseñaron una lección.

Aunque a veces se reciban insultos, se tenga miedo de compartir nuestras fantasías con otros, aunque todo lo que fabriquemos no nos sirva para conseguir nuestros propósitos e incluso desperdiciemos todas las gambas de la pobre tortuga; vale la pena luchar por lo imposible, porque en la lucha también se aprende.

Ahora Eloy sabe trenzar redes con hierba, sabe a quién puede confiar sus secretos, sabe dónde pueden irse a buscar las mejores lombrices, sabe que el mejor lugar para un colador es la cocina y sabe, sobre todo, que en las noches de verano; después de todo el calor del día, la luna y las estrellas bajan a refrescarse en las tranquilas aguas de su río.

domingo, 18 de julio de 2010

en La Champiñonera, que han abierto una tienda.

- Buenas, ¿qué quería?
- Pueees... quería una persona que pase lo que pase esté a mi lado, me escuche, me entienda y me dé la razón; quería a alguien con quien saber que puedo tener toda la confianza para contarle cualquier cosa, incluso las que me causan dolor, porque sepa que vamos a terminar riéndonos de cualquier problema; quería a alguien con quien cualquier período de tiempo, incluso la eternidad, me sepa a poco, se me pase deprisa y no me alcance para decir todo lo que quería; quería a alguien que siempre me sorprenda con alguna nueva historia, cosa graciosa, o algún bombazo reciente; quería encontrar a alguien con quien las personas que me conocen se extrañen de que no discutamos nunca; quería a alguien que me haga felices los días y con quien cada momento se haga especial, digno de recordar con una sonrisa; quería, en definitiva, un mejor amigo.

- Pues es que mira, Alicia, esto no es una tienda de eso... en realidad es un cuartillo de madera, de esos de debajo de los toboganes en el que solamente hay un espejo tan lleno de mierda que únicamente se puede ver uno los pies, todo pintadas de personas que han estado aquí y una piña de pino pegada al techo con un chicle que hace de bombilla de bajo consumo (que salen un poco más caras, pero que, a la larga, ahorras). De todas maneras, tampoco tengo ganas de levantarme; pero como ya te digo, aquí solo puedo darte... yo que sé, alguna piedra de forma bonita, o incluso de tiza, algún trozo de rama, o simbólicamente alguna manzana, peras, o cosas así... pero creo que eso que pides no te hace falta, porque ya lo tienes; y tengo la sensación, cada vez más intensa, de que es algo que vas a mantener durante el resto de tu vida; así que no te preocupes.
- ¿De verdad? ¡Qué suerte!

- Sí, lo cierto es que es una gran suerte que encontremos personas así en los caminos de nuestra vida. Gracias de todas maneras por venir a preguntar, hasta pronto.
...
- Buenas, ¿qué quería?

miércoles, 30 de junio de 2010

Bienvenido... ¿cómo te llamas?

Una vez, hace ya algún tiempo, hablando con la persona más inteligente que conozco, nos planteábamos la conveniencia de ponernos un segundo nombre.

Yo me llamo Guillermo porque otras personas, sobre todo ésta persona de la que hablo lo quisieron así; pero considerábamos oportuno, y, sobre todo, bonito, que cuando llegásemos a una determinada edad, cada uno, conociéndonos lo suficiente (nunca del todo) deberíamos añadirnos un nuevo nombre con el que nos sintiésemos identificados, cómodos, a gusto; nuestro nombre elegido por nosotros.

- Oye, ¿y cuál te pondrías tu?
- Mmm... no lo sé seguro, es algo que tendría que pensarme mucho; pero creo que Ícaro.
- ¿Ícaro?
- Creo que sí.
- ¿Y Luis, como el abuelo?
- Luis me gusta... pero si tuviera que ponerme un nombre a mí mismo, me pondría Ícaro, ya te lo digo.
- ¿Por qué Ícaro?
- Porque me gusta mucho esa historia... ya sabes que me gusta mucho la mitología, y el de Ícaro es mi mito favorito.
- ¿Es ese que se enamoraba de sí mismo?
- No, ese era Narciso.
- Ah, sí, es verdad...

- Ícaro era el hijo de Dédalo, que fue el que construyó el laberinto del minotauro porque un rey se lo encargó,... Minos, creo que era el rey. Entonces, para que nadie supiese el secreto del laberinto, Minos encerró a Dédalo en una torre con su hijo Ícaro. Se trataba de un rey muy desconfiado, así que siempre se encargaba de que se revisase a cualquiera que abandonase la ciudad a pie, a caballo, o incluso en barco; así que Dédalo, como era un fabuloso arquitecto y un genio, tuvo una idea formidable para escapar; y fue fabricar para él y para su hijo unas alas de plumas de pájaro que pegarían con cera. Les llevó mucho tiempo reunir tantas plumas de ave, pero llegó un día en el que ya tenían construidas totalmente las alas que les darían la libertad. Emocionadísimos con la posibilidad de huir, subieron a lo más alto de la torre de su cautiverio y una vez allí, desplegaron a contraluz de un precioso atardecer sobre el mar esas alas construidas con imaginación, paciencia, esfuerzo y, en último grado, plumas de pájaro. (Debería haber sido alucinante verles en ese momento de espaldas al horizonte).

- Qué pena que no estén los críos... les estaría gustando la historia.
- Otro día se la vuelvo a contar, porque además es muy bonita. Bueno, entonces, en ese momento, el padre y el hijo despegaron sus pies del suelo de piedra de la torre con un tremendo esfuerzo de confianza, en uno de los más incomparables actos de fe a los que se ha enfrentado el ser humano en todos los tiempos. Y volaron. Volaron de verdad, derramando sobre el mar inmenso lágrimas de alegría. No estaban tan contentos por escapar como por encontrarse volando juntos; sabiendo que el otro estaba experimentando la misma inexplicable sensación. Ícaro estaba contentísimo, radiante, eufórico; pensó en ese momento que nada podía detenerle; así que le dijo a su padre que además de huir de la torre, quería ser la primera persona en llegar hasta el sol. Tenía poco tiempo, porque como ya sabemos, estaba atardeciendo, así que salió volando velozmente, tan rápido que no pudo escuchar los gritos de su padre que le desaconsejaban realizar tal proeza hasta que no conociesen los límites de las recién creadas alas. Ícaro estaba tan exultante que no se percató de que conforme se acercaba al sol, la cera que unía las plumas de sus alas se iba derritiendo, para acabar uniéndose a las lágrimas que había vertido sobre el mar. Cuando se había derretido casi toda la cera, Ícaro se sintió todavía más ligero, más dinámico, rápido, enérgico y poderoso y lo que es más importante, más cercano al sol; a la consecución de su sueño. Pero era un engaño... se sentía mucho más ligero, sí; pero porque al derretirse la cera se habían desprendido sus alas. Ícaro, muy lejos todavía de alcanzar el sol, pero más cerca de lo que nadie había estado, ante la atónita mirada de Dédalo, comenzó a caer en picado hacia el mar, hasta sumergirse en sus profundas aguas; que lo envolvieron en ese mismo instante y le hicieron desaparecer.

- Qué poético... tienes razón, es una historia muy bonita. ¿Por eso te pondrías el nombre de Ícaro?
- Sí, si me gusta identificarme con alguien, es con él; volando, desoyendo consejos sensatos, arriesgando lo cierto por lo incierto, despegando mis dos pies y saltando de la torre sin antes probar las alas; todo por perseguir mis sueños, por lograr imposibles, por crear un mundo a mi medida, por llegar más cerca de lo que nadie estuvo, por ser feliz en todo momento; o por morir intentándolo.
- Qué bonito es ser joven Guillermo, ojalá sigas pensando así por mucho tiempo... siempre me haces recordar lo bonito que es ser joven.
- Y tú, tía, ¿qué nombre te pondrías?...

Para Ícaro, el que se desprendiesen sus alas fue su gran maldición, pero hoy, para mí, ha sido una pequeña contrariedad el que no se me hayan desprendido; el seguir volando y dejar atrás un tiempo muy bonito en el que me ha acompañado muchísima gente especial, y "especial"... pero pienso que si mis alas hoy no se han caído, es porque nos quedan por vivir juntos muchas otras aventuras. Hasta la próxima.

lunes, 28 de junio de 2010

Plop

Ahora ya sabes de lo que eres capaz; has podido ver que puedes realizar tus sueños.

Parecían ideas salvajes, alocadas y sin sentido que se amontonaban en tu cabeza saltando, dando pisotones y golpetazos por todos los rincones en las horas en que te entra la risa porque necesitas dormir. Pero tú, muy tímidamente al principio (te reirías si vieses tu cara desde fuera), extendiste hacia ellas tus dedos, retirándolos rápidamente cuando se producía el mínimo contacto; como si quemasen.

Poco a poco dejaron de darte tanto miedo; no eran ideas tan agresivas como el estrapalucio que las acompañaba. Ahora puedes tocarlas, acariciarlas, tomarlas en hebras y trenzar con ellas tus sueños; materializarlos en un burdo recosido; como de parche de pantalón de payaso; de colores, risas, olor a libro, caminos por andar y pompas de jabón, que aunque explotan con sólo mirarlas, provocan la satisfacción de haber sido, por un solo instante, un sueño hecho realidad. Plop.

Y ahora, cuando ya sabes lo que eres capaz de hacer, tan sólo con tu imaginación y tus manos, con tu cuerpo, tu alma y tu voluntad... ahora, dime, ¿quién te dice a ti que no?