lunes, 11 de julio de 2011

la caja de botones

Todo el mundo se encuentra en órbita. Todo su mundo menos él. Su vida se ha dividido en pequeños planetas y cometas que han comenzado viajes intergalácticos demasiado complicados, elípticos o remotos para él, que se ha quedado sentado en la acera, viendo pasar días tan iguales como los granos de un reloj de arena. Esa es su dimensión del tiempo ahora, el caos universal tras los cristales de quietud en que se halla encerrado.

Echa de menos sentarse con ellas en torno a una mesa para reír, juguetear y toquetearse. Echa de menos jugar a detener con él un globo terráqueo con el dedo y hacer planes de vida en aquel lugar aleatorio; planes tan distintos que solamente tienen en común la palabra "juntos" en todos ellos. Echa de menos ir abriendo todas las puertas con ella, con la palma de la mano y hechizos de palabras mágicas que sólo funcionan si dicen al unísono. Echa de menos llegar diez minutos antes de la hora acordada al banco roto de siempre para leer mientras le espera a él, solamente por el placer de escuchar sus pisadas en la gravilla. Echa de menos levantarse por las mañanas con tareas que le hagan sentir realizado y que le retribuyen, además, tantas sonrisas de niño. Echa de menos el sabor triplemente dulce de la fruta robada y compartida con todos ellos. Echa de menos tener algo que echar de menos con él. Echa de menos observar con ella a las hormigas, debatir sobre su vida y organización social, y escoger cuál de todas ellas se comen. Echa de menos los ataques de risa con ella antes de dormir. Echa de menos cenar con ellos y contarse el día de manera exagerada y divertida. Echa de menos el radiador donde dejar la toalla compartida con él para que estuviera caliente al salir de la ducha. Echa de menos que ella le tome por un loco entrañable.

Echa mucho de menos, también, aquellas risas en torno a una lata de caramelos de café antigua, reconvertida en caja de botones, aprendiendo, a la vez, con ella, que la vida, al fin y al cabo, se resume en esas tardes de costura; en asegurarse de que las puntadas se dan con hilo; en unir retales que, aunque a veces no combinen del todo, también pueden producir un efecto divertido; en que cuando algo parece que queda demasiado grande, se le puede coger el doble para encontrar la medida; en que hay problemas que pueden parecer grandes, pero que se terminan arreglando sosteniéndolos con alfileres.

Echa de menos ese sentimiento de profunda responsabilidad al mirar en aquella caja de botones para escoger uno que coser en una camisa que ha perdido uno. Sentirse a gusto rebuscando en ese caos de colores, tamaños y formas de botón. Qué forma tan distinta de mirar el caos que le rodea, la de aquel día de hace quince años, y la de hoy.

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