sábado, 19 de marzo de 2011

el día en que te conocí

Volví a entrar para comprar cualquier tontería que no necesitase pero me apeteciese, solamente por volver a verte sonreírme. Solamente porque hubiera una posibilidad de que estuvieses allí y poder volver a verte sonreírme, mejor dicho. Generalmente compraba chocolate, o algo apetecible que intentase despertar tu deseo de compartir su consumo con la persona que lo estaba comprando. Cuando llegué a la caja, vi una oportunidad en el hecho de que en aquél momento no hubiese ningún cliente más.

- Hoy tienes menos trabajo, ¿eh? - Sonreí como un idiota.
- Sí, - tú también sonreías - pero igualmente salgo reventado. Son noventa céntimos.
- Te ha faltado decir en esa frase la hora a la que sales.
- Es verdad. Sí, pero igualmente salgo reventado a las cinco. - otra vez tu sonrisa - Son noventa céntimos.
- Ahora te ha faltado decir si quieres que algún día venga a buscarte a la salida a las cinco.
- Salgo igualmente reventado a las cinco, - sonreíste todavía más - pero me encantaría que vinieras a buscarme. Son noventa céntimos.
- Ahora te has alargado un poco, te ha sobrado lo del precio.

Te oí reír por primera vez, y supe que ese mismo día debía acudir a las cinco a buscarte para volver a escuchar aquella risa una y otra vez.

- No, eso sí que no. El precio es el mismo, que la tienda no es mía.
- Bueno, el no ya lo tenía... Toma.

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