sábado, 19 de marzo de 2011

el día en que te conocí

Volví a entrar para comprar cualquier tontería que no necesitase pero me apeteciese, solamente por volver a verte sonreírme. Solamente porque hubiera una posibilidad de que estuvieses allí y poder volver a verte sonreírme, mejor dicho. Generalmente compraba chocolate, o algo apetecible que intentase despertar tu deseo de compartir su consumo con la persona que lo estaba comprando. Cuando llegué a la caja, vi una oportunidad en el hecho de que en aquél momento no hubiese ningún cliente más.

- Hoy tienes menos trabajo, ¿eh? - Sonreí como un idiota.
- Sí, - tú también sonreías - pero igualmente salgo reventado. Son noventa céntimos.
- Te ha faltado decir en esa frase la hora a la que sales.
- Es verdad. Sí, pero igualmente salgo reventado a las cinco. - otra vez tu sonrisa - Son noventa céntimos.
- Ahora te ha faltado decir si quieres que algún día venga a buscarte a la salida a las cinco.
- Salgo igualmente reventado a las cinco, - sonreíste todavía más - pero me encantaría que vinieras a buscarme. Son noventa céntimos.
- Ahora te has alargado un poco, te ha sobrado lo del precio.

Te oí reír por primera vez, y supe que ese mismo día debía acudir a las cinco a buscarte para volver a escuchar aquella risa una y otra vez.

- No, eso sí que no. El precio es el mismo, que la tienda no es mía.
- Bueno, el no ya lo tenía... Toma.

viernes, 4 de marzo de 2011

tarde de lluvia

Había dejado de llover, así que me dirigí hacia casa. Me gustó la sensación de volver hacia allí por la calle fresca, con la luz clara del sol nublado y el olor a hierba y tierra mojada. Pensaba en mis cosas, o en nada, no recuerdo.

Cuando estaba llegando, vi frente a la puerta de mi casa un enorme charco. Me pareció muy extraño porque nunca que llovía se acumulaba allí el agua; y me asomé para ver mi cara de sorpresa reflejada en el fondo de aquel charco gigante.

Sin salir de mi asombro, mis pasos me guiaron inconscientemente a la acera de enfrente, donde me senté en el asfalto negro y húmedo para ver dentro del charco mi casa boca abajo. Me quedé mirando embelesado, con gran atención, el interior del charco. Y allí, invertidos e invocados por mi gran esfuerzo de concentración, comenzaron a aparecer todos mis amigos, familiares, mascotas, recuerdos, objetos personales y, en definitiva, todo lo que hasta entonces había sido mi vida.

No sé durante cuanto tiempo estuve mirando con una sonrisa estúpida aquél espejo de las ilusiones; pero creo que todavía no habría salido de mi embelesamiento si tú no hubieras pasado por mi calle. Así de emocionado me encontraba cuando cruzaste el charco pisándolo indolente; revolviendo sin darte cuenta todos mis recuerdos, moviendo mi casa desde sus cimientos en el aire hasta el tejado de su suelo y entreverando toda mi vida anterior de una forma irreparable.

Levanté la cabeza; todavía manteniendo la misma sonrisa, y aún sin entender el misterio del charco; y te vi seguir caminando sin enterarte de lo que acababas de hacer. Sin quererlo, me puse de pie, y los mismos pasos inconscientes que me llevaron a la acera, me llevaban ahora a perseguir por las calles tus huellas mojadas dejando atrás toda mi realidad ondulante.