sábado, 11 de diciembre de 2010

punto de fusión

Una vez, salí con un esquimal. Era la persona más ardiente que jamás he conocido. No tardé mucho tiempo en marcharme con él al polo Norte e iniciar una extraña relación basada fundamentalmente en el mantenimiento de nuestra temperatura corporal en aquél entorno glacial.

Nos encontrábamos genial dándonos besos con la punta de la nariz, cazando focas enormes para poder comer, haciendo el amor sobre la nieve y esperando con ansia los cumpleaños, navidades, aniversarios o cualquier excusa tonta; como san Valentín; para regalarnos más y más capas de ropa con la que abrigarnos. También aprendí con él doce palabras inuit para identificar distintos matices del color blanco. La verdad es que además de ser ardiente y atractivo, era un esquimal bastante culto.

Una de nuestras frías mañanas polares, atravesábamos un lago helado tratando de encontrar algún alimento diferente a las focas para incluirlo en nuestra dieta, cuando de repente; mi compañero inuit, con su halo de irradiante calor, comenzó a derretir las enormes placas de hielo.

- Corre. - Fue lo único que alcanzó a decir. Lo dijo sin poner ninguna emoción a esa única palabra, mientras se giraba hacia mí mirándome casi con parsimonia; y ahora pienso que fue porque ya sabía todo lo que iba a pasar a continuación; porque lo había visto muchísimas veces en sus peores pesadillas.

Cuando volví al lugar por donde había caído; ni siquiera medio minuto después, ya no pude ni divisarlo desde arriba, había desaparecido. Así que de repente me di cuenta de que siendo poco más que un crío, estaba en uno de los lugares más recónditos del planeta y viudo de mi esquimal. Desde luego, dicho así,... es que me pasa cada cosa, que vamos...

Ahora, unos años después, cuando en algún bar pido alguna copa o un refresco y veo esos enormes cubitos de hielo con los que rellenan más de medio vaso, aunque sé que obviamente no los traen congelados desde el polo Norte, no puedo evitar pensar que en alguno de ellos puede residir parte de le esencia de mi inuit sumergido. A veces, en esos momentos, cierro los ojos, dejo mi mente en un blanco "aput" y sonrío recordando aquellos felices tiempos desde los que ya no he vuelto a probar la foca. Entonces, mi mente se pone de un blanco aún más limpio; un blanco "qanik"; como el de los copos de nieve antes de tocar el suelo, y siento en mis mejillas el increíble calor de su piel. Era la persona más ardiente que jamás he conocido.

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