Macedonio llevaba varias horas despierto; por la emoción. En el momento en que vio que el sol ya asomaba tímidamente por su ventana y supo que ya era de día, se levantó de un salto de la cama y bajó las escaleras con esos nerviosos pasos mezcla de velocidad y no querer despertar a nadie.
¡Ay! ¡Primero tenía que vestirse! Tenía nervios de niño ante una situación tan especial y dedos torpes para abrocharse los botones de la camisa; una muy mala combinación, si hablamos de vestirse con prisa. Ahora sí, podía bajar. Nunca le había gustado peinarse; pero comprendió que una situación tan especial lo requería necesariamente. Sonrió al darse cuenta, sorprendido, de que se estaba peinando exactamente como le había enseñado su madre.
Media hora después, ya tenía todo preparado. Sólo quedaba esperar que Magdalena se despertase y bajase de la habitación. Hay momentos que parecen eternos; que lo son, más bien. Macedonio estaba muy inquieto, no podía dejar de pasearse por toda la planta baja de la casa. Fue a la cocina y para poder soportar la espera empezó a comerse una manzana. Notó cómo, al contacto de sus dientes con la fruta, comenzaba a tranquilizarse en cierto modo. A Macedonio le encanta la fruta.
Por fin escuchó los ansiados pasos que descendían las escaleras. Fue corriendo al salón y como no sabía qué hacer con las manos, agarró una flor del jarrón. Una enorme margarita amarilla que casi parte debido a la impulsividad de los nervios. El pobre Macedonio, sin darse cuenta, casi la destroza de pura ilusión.
Cuando Magdalena llegó al salón, toda la mesa estaba llena de un espectacular desayuno. Había huevos fritos, bollería de todo tipo, chocolate, frutos secos, zumo, leche y cereales. También algo de fruta, claro.
- Feliz aniversario, mi vida. Gracias por aguantarme durante cincuenta años.
Magdalena tuvo que agarrarse, disimuladamente, con una mano a la espalda, a la estantería del salón. La memoria, con la edad, ya no es lo que era. Faltaban algo más de dos meses para el día de su aniversario; pero como a la margarita amarilla, Macedonio casi la mata con su ilusión. Le costó un momento sobrevivir al impacto de volver a reconocer a su hombre; vestido de traje, de pie en medio del salón y con una flor en la mano; el hombre que llevaba más de cincuenta años haciéndola sonreír. Se había peinado, y todo.
Se dieron un abrazo que duró mucho más tiempo del que Macedonio había estado esperando a que bajara de la habitación; mucho más largo que aquella eternidad. Después empezaron a desayunar juntos.
Dar un mordisco a una manzana y retroceder cincuenta años en el tiempo. Magia. La frutal magia de Macedonio Denevi.
¡Ay! ¡Primero tenía que vestirse! Tenía nervios de niño ante una situación tan especial y dedos torpes para abrocharse los botones de la camisa; una muy mala combinación, si hablamos de vestirse con prisa. Ahora sí, podía bajar. Nunca le había gustado peinarse; pero comprendió que una situación tan especial lo requería necesariamente. Sonrió al darse cuenta, sorprendido, de que se estaba peinando exactamente como le había enseñado su madre.
Media hora después, ya tenía todo preparado. Sólo quedaba esperar que Magdalena se despertase y bajase de la habitación. Hay momentos que parecen eternos; que lo son, más bien. Macedonio estaba muy inquieto, no podía dejar de pasearse por toda la planta baja de la casa. Fue a la cocina y para poder soportar la espera empezó a comerse una manzana. Notó cómo, al contacto de sus dientes con la fruta, comenzaba a tranquilizarse en cierto modo. A Macedonio le encanta la fruta.
Por fin escuchó los ansiados pasos que descendían las escaleras. Fue corriendo al salón y como no sabía qué hacer con las manos, agarró una flor del jarrón. Una enorme margarita amarilla que casi parte debido a la impulsividad de los nervios. El pobre Macedonio, sin darse cuenta, casi la destroza de pura ilusión.
Cuando Magdalena llegó al salón, toda la mesa estaba llena de un espectacular desayuno. Había huevos fritos, bollería de todo tipo, chocolate, frutos secos, zumo, leche y cereales. También algo de fruta, claro.
- Feliz aniversario, mi vida. Gracias por aguantarme durante cincuenta años.
Magdalena tuvo que agarrarse, disimuladamente, con una mano a la espalda, a la estantería del salón. La memoria, con la edad, ya no es lo que era. Faltaban algo más de dos meses para el día de su aniversario; pero como a la margarita amarilla, Macedonio casi la mata con su ilusión. Le costó un momento sobrevivir al impacto de volver a reconocer a su hombre; vestido de traje, de pie en medio del salón y con una flor en la mano; el hombre que llevaba más de cincuenta años haciéndola sonreír. Se había peinado, y todo.
Se dieron un abrazo que duró mucho más tiempo del que Macedonio había estado esperando a que bajara de la habitación; mucho más largo que aquella eternidad. Después empezaron a desayunar juntos.
Dar un mordisco a una manzana y retroceder cincuenta años en el tiempo. Magia. La frutal magia de Macedonio Denevi.