martes, 28 de junio de 2011

cumpblogaños

¡Ya ha cumplido un año, la criaturita! Es muy charlatán, como su dueño, así que desde el primer día ya habla... pero ahora ya da sus primeros pasitos sin ayuda, a veces hasta corre un poquitín, pero solamente cuando tiene algo que perseguir. Todavía hay que pasarle la comida, aún no mastica los trozos; pero eso son cosas que seguiremos aprendiendo juntos.

Está muy contento y le gustaría invitar a un trocito de tarta a cada uno de sus, hasta ahora, diecisiete amiguitos seguidores; porque para las tres mil y pico visitas que ha tenido, no llegaría más que una migajilla; y eso tampoco es.

Así que ya sabéis, estáis más que invitados. Podéis traer algún regalito, ¿eh? Que se alegrará. ¡Ah! Y no tengo gorros de esos de cumpleaños para todos... podéis traer tambien. Lo siento, es que me he dado cuenta hoy mismo de que era el cumpblogaños... ¡me ha cogido un poco de sorpresa!

sábado, 25 de junio de 2011

lunes, 13 de junio de 2011

de amor y sombra

Ella notó el cambio en su respiración, levantó la cara y lo miró. En la tenue claridad de la luna cada uno adivinó el amor en los ojos del otro. La tibia proximidad de Irene envolvió a Francisco como un manto misericordioso. Cerró los párpados y la atrajo buscando sus labios, abriéndose en un beso absoluto cargado de promesas, síntesis de todas las esperanzas, largo, húmedo, cálido beso, desafío a la muerte, caricia, fuego, suspiro, lamento, sollozo de amor. Recorrió su boca, bebió su saliva, aspiró su aliento, dispuesto a prolongar aquel momento hasta el fin de sus días, sacudido por el huracán de sus sentidos, seguro de haber vivido hasta entonces nada más que para esa noche prodigiosa en la cual se hundiría para siempre en la más profunda intimidad de esa mujer. Irene miel y sombra, Irene papel de arroz, durazno, espuma, ay Irene la espiral de tus orejas, el olor de tu cuello, las palomas de tus manos, Irene, sentir este amor, esta pasión que nos quema en la misma hoguera, soñándote despierto, deseándote dormido, vida mía, mujer mía, Irene mía. No supo cuánto más le dijo ni qué susurró ella en ese murmullo sin pausa, ese manantial de palabras al oído, ese río de gemidos y sofocos de quienes hacen el amor amando.

Isabel Allende.

lunes, 6 de junio de 2011

las heridas

Somos curiosas, las personas. Aquella noche estaba tan cansado que no me despertó mi persiana siendo golpeada por el viento, ni el cielo desprendiéndose en forma de lluvia; ni siquiera el estruendo de los truenos de la tormenta que hacía hasta temblar los lapiceros en mi mesa. En cambio, me desperté al instante al oír ese tímido golpeteo en la puerta.

Al principio, pensé que se trataba de un sonido más de los que traía el viento, así que me di media vuelta en la cama para seguir durmiendo, pero volví a escucharlo nuevamente, aunque con la misma leve intensidad. Entonces, como uno de los relámpagos que adornaban el cielo de esa noche, vino a mi mente la idea de que indudablemente eras tú quien llamaba a mi puerta. Me levanté corriendo y fui a abrirte.

Otra vez llegabas con esa carita triste que me partía el corazón. Tus pantalones estaban calados, y aunque trataste de ocultarlo, pude ver que llevabas un corte en la mejilla.

- ¿Cómo puede haber personas que puedan golpear una cara tan bonita, y dejarte en la calle en una noche como esta? A veces la humanidad me da miedo.

Te agarré de las puntas de los dedos, moradas de frío, que asomaban por las mangas de tu jersey empapado, y te hice pasar dentro. Preparé una toalla limpia y la coloqué encima del radiador mientras te dabas una ducha. Cuando llegaste en toalla a la cama y me abrazaste, descubrí, sin quererlo, otras heridas en tu piel.

Caíste rendido mientras yo lamía el corte de tu mejilla. Incluso después de la ducha caliente, seguía notando tus pies helados entre los míos. No podía verte en la oscuridad, pero sabía que sonreías de aquella forma tuya, como un cachorrillo que se duerme delante de una estufa. A mí sólo me daba pena no poder lamer las heridas de tu corazón maltratado.

Te miraba sin verte con el temor de dormirme, porque sabía que al despertar ya no estarías a mi lado. Nadie podía comprenderme y lamer aquella herida mía; no había una realidad más dolorosa para mí que saber que estabas hecho para el sufrimiento, y que todo el cariño que yo pudiera darte, sólo serviría para restablecerte hasta los siguientes golpes que tú buscases. Somos curiosas, las personas.